Estudia Peluquería.
Como es de público conocimiento, tenía un novio que trabajaba en Bagley.
Aunque en sectores diferentes, todo el día permanecíamos en contacto.
A mi padre la preocupaba la ocupación de su futuro yerno.
No parecía tener muchas posibilidades de mejoras, y tal vez quedaría estancado en ese lugar para siempre.
Demás está decir, que a falta de una vida exitosa, el hombre quería que la de sus hijas lo fuera.
Metía baza constantemente con muy buenas intenciones de su parte, pero tenía derecho a hacerlo?
Veámoslo juntos.
Me insistía permanentemente con que el amor de mi vida, tenía que estudiar algo.
Sugirió peluquería, un oficio limpio, según el, claro, que dejaba buenos dividendos.
Errado no estaba, de hecho el susodicho sigue siéndolo hoy....aunque tuvo un período en el que se manifestó desocupado.
Pero vamos por parte que la historia es larga.
En mi profunda relación edípica, por supuesto le hice caso, y se lo sugerí.
Que más quiere una hija que conformar al padre, y tal vez, también me convenía.
Pedro, acompañado con su compañero Hugo, visitaron a un tío de este, digno representante del oficio.
El buen hombre los asesoró y se comprometió a enseñarles.
La vida iba viento en popa!
Resulta ser que un buen día, me dice que el tío de Hugo se enfermó y no podrá enseñarles.
Chau sueño.
Recuerdo mi reacción furibunda, cuando no!
Busque las páginas amarillas: Escuelas de Peluquería.
Con la guía abierta tomé el ascensor hasta el tercer piso donde trabajaba, y le revolee la guía en el escritorio.
Tranquilos que no mate a nadie.
No tenía excusa, había muchos anuncios para aprender, el tío de Hugo, no era la única opción.
Así que tuvo que buscar, y encontró un lugar dónde hacerlo.
Una academia en la calle Bernardo de Irigoyen en donde funcionaba el Centro de Peluqueros.
Y así, se hizo peluquero de hombres, estudiaba allí los lunes al salir del trabajo.
Ah!!! Pero don Vicente ( así se llamaba mi progenitor) no lo iba a dejar ahí nomas.
En la calle Daract 2032, vivía su padre con sus hermanas.
Ellas tenían un local desocupado, sugirió el caballero que montara el negocio en ese lugar.
Habló con sus tías, y el tipo quedo acorralado.
A la distancia me pregunto si eso era lo que quería hacer?
La verdad que lo que más le gustaba era jugar al fútbol.
No tenía grandes ambiciones, pero se las montamos en la cabeza.
Ya todo estaba listo, el alumno, el local, así que empezó a comprar el mobiliario.
Con mi colaboración claro, que hasta le hice las cortinas.
Era horribles!! Esas cortinas en degradé, de uso en el año 79, que hoy espantarían al más anticuado.
Y ahora empezaba el gran problema.
Tenía que renunciar a su empleo, en el que tenía entre nueve y diez años de antigüedad, no era fácil.
Su familia no lo avalaba, estaban enojadísimos.
Con el tiempo se dieron cuenta que era rentable y mandaron a su yerno a estudiar peluquería también, pero eso fue con el tiempo.
De hecho, aun hoy sigue siendo peluquero.
Cosas de la vida.
Pero, el hombre tenía que dejar su empleo.
Confieso que también tenía miedo.
Aunque mi sueldo era bueno, y daba para vivir ambos, una cosa es una cosa, otra cosa es la cuestión.
Algunas veces pensaba, si le va mal, las siete plagas de Egipto caerán sobre mí.
Le fue bien, muy bien.
Gracias a esto pude dejar de trabajar cuando tuve los mellizos.
No es que sea tan buen profesional, pero el tipo tiene carisma, lo reconozco.
Fundó una especie de Club Social, en donde los hombres se cortaban el pelo, jugaban al ajedrez, y contaban historias.
Todo bajo la mirada supervisora de Don Antonio Troccoli, mi abuelo.
Que quien era mi abuelo y que hacia ahí?
Pues amigos, la historia de don Antonio, es otra historia.
Como es de público conocimiento, tenía un novio que trabajaba en Bagley.
Aunque en sectores diferentes, todo el día permanecíamos en contacto.
A mi padre la preocupaba la ocupación de su futuro yerno.
No parecía tener muchas posibilidades de mejoras, y tal vez quedaría estancado en ese lugar para siempre.
Demás está decir, que a falta de una vida exitosa, el hombre quería que la de sus hijas lo fuera.
Metía baza constantemente con muy buenas intenciones de su parte, pero tenía derecho a hacerlo?
Veámoslo juntos.
Me insistía permanentemente con que el amor de mi vida, tenía que estudiar algo.
Sugirió peluquería, un oficio limpio, según el, claro, que dejaba buenos dividendos.
Errado no estaba, de hecho el susodicho sigue siéndolo hoy....aunque tuvo un período en el que se manifestó desocupado.
Pero vamos por parte que la historia es larga.
En mi profunda relación edípica, por supuesto le hice caso, y se lo sugerí.
Que más quiere una hija que conformar al padre, y tal vez, también me convenía.
Pedro, acompañado con su compañero Hugo, visitaron a un tío de este, digno representante del oficio.
El buen hombre los asesoró y se comprometió a enseñarles.
La vida iba viento en popa!
Resulta ser que un buen día, me dice que el tío de Hugo se enfermó y no podrá enseñarles.
Chau sueño.
Recuerdo mi reacción furibunda, cuando no!
Busque las páginas amarillas: Escuelas de Peluquería.
Con la guía abierta tomé el ascensor hasta el tercer piso donde trabajaba, y le revolee la guía en el escritorio.
Tranquilos que no mate a nadie.
No tenía excusa, había muchos anuncios para aprender, el tío de Hugo, no era la única opción.
Así que tuvo que buscar, y encontró un lugar dónde hacerlo.
Una academia en la calle Bernardo de Irigoyen en donde funcionaba el Centro de Peluqueros.
Y así, se hizo peluquero de hombres, estudiaba allí los lunes al salir del trabajo.
Ah!!! Pero don Vicente ( así se llamaba mi progenitor) no lo iba a dejar ahí nomas.
En la calle Daract 2032, vivía su padre con sus hermanas.
Ellas tenían un local desocupado, sugirió el caballero que montara el negocio en ese lugar.
Habló con sus tías, y el tipo quedo acorralado.
A la distancia me pregunto si eso era lo que quería hacer?
La verdad que lo que más le gustaba era jugar al fútbol.
No tenía grandes ambiciones, pero se las montamos en la cabeza.
Ya todo estaba listo, el alumno, el local, así que empezó a comprar el mobiliario.
Con mi colaboración claro, que hasta le hice las cortinas.
Era horribles!! Esas cortinas en degradé, de uso en el año 79, que hoy espantarían al más anticuado.
Y ahora empezaba el gran problema.
Tenía que renunciar a su empleo, en el que tenía entre nueve y diez años de antigüedad, no era fácil.
Su familia no lo avalaba, estaban enojadísimos.
Con el tiempo se dieron cuenta que era rentable y mandaron a su yerno a estudiar peluquería también, pero eso fue con el tiempo.
De hecho, aun hoy sigue siendo peluquero.
Cosas de la vida.
Pero, el hombre tenía que dejar su empleo.
Confieso que también tenía miedo.
Aunque mi sueldo era bueno, y daba para vivir ambos, una cosa es una cosa, otra cosa es la cuestión.
Algunas veces pensaba, si le va mal, las siete plagas de Egipto caerán sobre mí.
Le fue bien, muy bien.
Gracias a esto pude dejar de trabajar cuando tuve los mellizos.
No es que sea tan buen profesional, pero el tipo tiene carisma, lo reconozco.
Fundó una especie de Club Social, en donde los hombres se cortaban el pelo, jugaban al ajedrez, y contaban historias.
Todo bajo la mirada supervisora de Don Antonio Troccoli, mi abuelo.
Que quien era mi abuelo y que hacia ahí?
Pues amigos, la historia de don Antonio, es otra historia.
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