Hay historias que se revelan con el tiempo.
La de mi padre es una, en parte he tenido que descubrirla,
indagarla, porque en toda familia hay secretos, cosas que se callan, y que por
el bien de las generaciones futuras, es necesario descifrar.
Pueden acusarme que lo que escribo tiene mi visión.
No pretendo nada diferente, resulta imposible dejarme fuera.
Pero cada uno podría contar su versión de los hechos, es más
me encantaría, además lo aconsejo es sumamente doloroso y terapéutico.
Mis bisabuelos vinieron de Italia, con algunos de sus hijos,
otros nacieron aquí.
Tuvieron trece, tres veces mellizos.
A mi bisabuela la conocí, murió longeva, tenía noventa y
tres años, yo cinco.
Era una anciana flacucha, de pelo largo, muy largo, canosa,
cuyo pelo peinaban con un rodete.
Olía a limpio siempre.
Acudí al velatorio, me preguntaron si quería ir, dije que sí.
Mi abuelo Antonio, era uno de sus hijos, un mellizo que sobrevivió
la muerte de su par.
Un hombre sufrido, cuya vocación era tocar el bandoneón y su
trabajo era ser carnicero.
Trabajo desde los 8 años.
Cuando miro a mis nietos, que tienen más o menos esa edad,
no me los imagino trabajando, me duele el corazón solo pensarlo.
Pero en esa época era normal.
No se demasiado de su historia, porque a nadie le gustaba
hablar, pero lo cierto es que se caso con doña María Angélica de León.
Mi abuelo nación en 1902 y mi abuela en 1908.
Es una curiosidad, pero mis cuatro abuelos nacieron en el
mismo año.
Evidentemente María Angélica y el, se casaron muy jóvenes, ella
murió a los 24, en una operación en la que algo salió mal. (sic)
Don Antonio se quedo viudo con sus dos hijos de 4 y 2 años,
el alma destrozada, y se fue a vivir con su madre y hermanas, que le ayudaron a
criar sus hijos.
No les hicieron de madre, no, falto en abrazo, la caricia,
la ternura.
El hombre, sufrió un golpe devastador, al punto que enfermo
de los nervios.
Nunca volvió a tener pareja, dedico su vida a sus hijos,
sobre todo a mi padre, y a nosotros sus nietos.
Me quiso, como nadie, un poco era mi padre también, si el
padre es el que te va a defender, ese rol lo ocupaba mi abuelo.
Me compraba zapatos, me llevaba a la plaza, y si le hubiera
pedido el cielo, me lo hubiese dado.
Era el gran sostenedor, reparaba los errores de mi padre, y
ahora creo que lo controlaba de cerca.
De lejos, se ve más claro...es verdad.
A mi padre le gustaba leer, pero la verdad, no le gustaba mucho
trabajar.
No digo que no lo hiciera, pero no era su gusto principal.
No tenía o no sentía la responsabilidad de sostener una
familia, ese trabajo se lo dejaba a otros.
Era el rey que reina, pero no lidia con los problemas.
Era como un trió, se entiende, mi padre, mi abuelo y mi
mama.
A la pobre le toco la peor parte, porque tenía que ocuparse
del trabajo duro, y escuchar como los demás le ponían las reglas.
Pero no hay que pensar que le resultara molesto, no, lo
aceptaba alegremente y sin chistar.
Se pusieron de novios muy jovencitos, 16 y 17, se casaron a
los 23 y 24, un 12 de diciembre de 1955.
Tuvieron tres hijos, yo la mayor, nací a los 10 meses, mi
hermana Silvana, a la que le llevo dos años y medio y el Pablo, a los 8 años.
Mi padre quería tener un hijo varón, por esa razón el nombre
que me habían elegido era Pablo Eduardo, que perduro en el tiempo hasta que mi
hermano le hizo los honores.
Siguiendo el modelo familiar paterno, don Vicente era un
controlador.
En otras palabras no nos dejaba hacer nada, ni bicicleta, ni
correr, ni novios, nada.
Es el día de hoy que no se andar en bici, mis hermanos si, a
mi hermano la bici se la compraron mis abuelos.
Para que lo querés? era su pregunta.
Imaginen por un momento que en una actitud adolescente
quieren ir a bailar, y alguien les dice para qué? Que beneficio obtendrías?
La verdad…una locura.
Para que vivís si te vas a morir? Sería la pregunta
entonces, pero entonces, yo no sabía hacer estas preguntas.
Para poder tener algunos permisos, mi madre le mentía, llego
a darle pastillas para dormir, para que nos dejara en paz.
Y con esas actitudes, me enseño a mentir.
Y he usado la mentira para conseguir cosas a lo largo de mi
vida muchas veces.
No me estoy justificando, estoy tratando de entender.
Si alguien supiera cuanto dolió y duele.
Pero como puedo explicar el dolor que sentí cuando mis
libertades se veían cercenadas a puntos indecibles.
No teníamos casa propia, vivimos en casa de mi abuela, como
lo explique, y cuando tenía 10 años, nos mudamos a una casa, propiedad de la
familia de León.
En la calle Caseros, 3955, una casa con un pasillo largo,
que tenia 5 departamentos.
Vivíamos en el 4.
Dos dormitorios grandes y amplios, de techos altos, una
cocina pequeña, un baño, todos daban a un patio, con escalera que daba a un
cuartito, y subía a una terraza.
Medio destruida por el tiempo, nos dio albergue en aquellos
tiempos, hasta que nos mudamos a la calle Cobo.
Me avergonzaba, me sentía mal en ese lugar oscuro y lúgubre,
sin mantenimiento, donde casi todo era de prestado.
Teníamos una carnicería en la calle Rondeau, que por
supuesto atendía mi abuelo, y mi padre cobraba.
Mi hermana y yo, íbamos en las vacaciones de verano e
invierno a ayudar.
Los tíos de mi papa se pusieron un negocio, en sociedad y el
participo hasta que se quedo solo con el negocio.
Les ofrecieron la portería, y ahí nos mudamos.
Mis padres nunca tuvieron casa propia, ni se preocuparon por
tenerla.
El nos echaba la culpa a nosotros, decía que no se podía ahorrar
con tres hijos.
Había gente que lo hacía, jamás tampoco salimos de paseos, o
hicimos actividades en familia.
La principal actividad de mi padre consistía en ir al Parque
Rivadavia a comprar o canjear libros.
Lo acompañe muchas veces, porque me encanta leer.
Luego le agrego su afición por el ajedrez, y así pasaba su
tiempo.
Pero como dije, comenzaba a ser una preocupación para el,
donde irían a vivir cuando sus hijos se fueran.
No estoy contando la historia completa, que ya iré
desgranando, estoy montando la escena del drama.
Don Troccoli, asi le llamaba mi ex, empezaba a darse cuenta
que se le venían los años encima.
Y es en ese punto donde aparece la idea, de pedir el crédito,
con lo que tenía no le alcanzaba y el solo no podía hacerlo.
Estaba asegurando su futuro, su vejez, pero la vida tenía
otros planes.
Y a su vez, nos resolvía un problema importante.
Nunca me pregunto si estaba de acuerdo, estaba forzándome a
hacerme cargo de él y mi madre por lo que duraran sus vidas.
Claro que hubiera aceptado, pero muy diferente es aceptar a
imponer.
Pasaba de tener una pareja con tres hijos, a vivir en comunidad
con mis padres y hermano.
El hombre había desarrollado una intensa relación con mi
pareja a la que adopto de alguna manera contagiándole su interés por el
ajedrez.
Algunas veces sentí que me lo robaba, que acaparaba su interés,
y me sentía muy sola.
No es fácil vivir con los padres olfateándote la vida, supervisándola.
No podes pelear libremente, no podes hacer el amor
libremente.
No hay pareja que resista, es imposible.
Sobre todo cuando tenes unos padre como los míos.
Y un marido como el que tenia, ocupado de sus hijos, que fue
olvidando que tenía una mujer.
Cuando quiso repararlo era muy tarde.
En alguna ocasión le sugerí que nos fuésemos a vivir a otra
parte.
No me importaba nada, era profundamente infeliz.
No me hizo caso, no entendía lo que pasaba.
Mi padre ( y mi madre también ya contare su triste historia)
eran dos niños.
Su historia personal se detuvo en el tiempo el día que murió
su madre.
Nunca pudo crecer, siguió siendo un niño huérfano en busca de
su mamá.
Una mamá que se hiciera cargo de él y su abandono, y en un
punto, proyecto sobre mi esa figura.
Pero aun llevando su nombre no soy ella, y me rebele muchas
veces.
Tibiamente en algunas ocasiones, con fuerza en otras.
Pero era mi padre y lo amaba con el alma, sigo amándolo hoy,
que ya no está.
A los pocos años de mudarnos a la casa nueva, exactamente
seis, el hombre tuvo un derrame cerebelar y murió.
Mi abuelo seguía vivo, pero con una sordera importante y casi
ciego, ausente ya de la realidad.
No pudo ver a su hijo muerto, le negaron su derecho a
saberlo, su otro hijo y sus hermanas, que eran quienes lo cuidaban.
Pero sabía que algo había pasado, su hijo lo visitaba
semanalmente y ya no lo hacía, ese hecho lo desesperaba, y no le dejaba paz.
El destino había jugado sus cartas, trastocando una realidad
en otra, casi sin que nos diéramos cuenta.
El trío conformado por mi padre, mi pareja y yo, se había roto,
ya me encargaría con el tiempo de volverlo a armar.
Que no es cuestión de quedarse sin el drama existencial.
Mi hermana se había ido de casa, ( por suerte para ella) iba
por su segundo hijo, Nico, testigo presencial de la muerte de su abuelo, cuando
tenía apenas 4 meses.
Después de 5 días en coma, mi padre murió, estando yo en la clínica,
ni bien salí de verlo, pero mientras los médicos me daban la mala noticia, veía
por la puerta principal, la entrada de mi madre, mi hermano y mi hermana, con
su carrito y el bebe.
Fue un golpe durísimo, del que nunca uno se recupera del
todo.
Otros golpes vinieron a taparlo, pero nunca deja de doler.
Ahora los huérfanos éramos nosotros.
Siempre me pregunto si lo que paso después hubiese sucedido
con mi padre vivo.
La respuesta es no.
No me habría animado a tanto como me anime, no me pude
revelar mientras vivió.
No supe hacerlo, no pude o no quise.
La vida es aquello que vamos dibujando sin saber dibujar,
para con el tiempo poder entender.
Es una pintura surrealista, es un jeroglífico para analizar.
Pero esta no sería la única muerte impactante.
Sobre esos hechos escribiré luego.
En seis años, había pasado de tener una casa y pagarla a no
tenerla, a ser estafada, de tener una
hija a tener tres, de dejar la casa de mis padres a vivir con ellos otra vez,
de tener un padre a no tenerlo.
Fue como tener una pelea con Mike Tason, sin haber peleado
nunca, me llenaron de golpes y me dejaron knok out.
Así me sentía con el agregado de la viuda que quedo
destrozada.
Si me hubiesen ofrecido un pasaje de avión a la China, lo habría
tomado.
Pero no se preocupen, que no lo tome, habría infiernos
peores que este?
Si…claro y poco a poco llegaremos ahí.
Esta historia continuará
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